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jueves, marzo 08, 2018

Piruetas, de Tillie Walden. Giros de cambio

Jueves, 8 de marzo de 2018. Primera huelga feminista global de la historia. Algo está cambiando.
Un día antes, una jovencísima dibujante de cómics de Texas publica en su muro de Twitter:
New to me and my work? Don't worry, I can explain it all. I'm Tillie. I draw comics. I'm gay. I'm from Texas. I go to bed earlier than most. That's all you really need to know. Check out my work here:
Una declaración de intenciones, un tuit sin filtro. Toda su obra lo es. Tillie Walden es un talento precoz y prolífico. Tiene 21 años y ya ha publicado cinco cómics; y bastantes más trabajos online. En este blog la hemos seguido y disfrutado casi desde el principio. Descubrimos su breve y emocionante I Love this Part con la certeza de estar ante una creadora diferente, sensible, turbadora y superdotada para el dibujo; su línea clara naturalista y detallista captura el fino tejido de la vida en todos sus detalles e imperfecciones. En The End of Summer, el intimismo y la exploración de la identidad sexual dejaban paso a una fantasía trágica llena de evocación y simbolismo que se desarrollaba en los escenarios idealizados y las estancias suntuosas de un gran palacio romántico. La vida familiar revestida de misterio, evocación y tragedia.
Recientemente, se ha publicado en España Piruetas, su último cómic. El más ambicioso y extenso hasta el momento. En sus casi 400 páginas, la autora lleva a cabo un ejercicio de revelación autobiográfica a partir de una de sus pasiones: el patinaje artístico y sincronizado.
Si I Love this Part se aproximaba a la sexualidad desde el lirismo y la evocación y The End of Summer insinuaba las asperezas del espacio social desde la fantasía alegórica de barrocos escenarios fabulosos, ahora, Piruetas brilla por su desnudez autoconfesional. Sin velos ni insinuaciones. Una salida del armario (como ella repite en sus páginas) en toda regla, con sus episodios impredecibles de angustia, euforia, frustración y descubrimiento. Todo ello filtrado por la dedicación obsesiva a una afición que, como sucede siempre, deja de serlo para convertirse en celda cuando el disfrute deviene en obligación, y el amateurismo se inclina hacia la profesionalización.
"Hice patinaje artístico y sincronizado de manera profesional durante doce años". Con esas palabras arranca un cómic en el que la pista de hielo termina por ser una metáfora de la vida misma; en el que los accidentes del éxito y el trabajo, los rigores insoportables del entrenamiento y la búsqueda de la perfección, terminan por reflejar, como en un espejo que separara dos dimensiones paralelas, a la niña y a la atleta, a la persona que intenta aceptarse y a la mujer que no puede fallar, al ser imperfecto, sensible y vacilante y a la profesional virtuosa, precisa y exigente.  En las páginas de Piruetas, Tillie gira sobre una pista de hielo tan fría como el patio de la escuela y acepta sus fracasos deportivos del mismo modo que sobrevive al bullying, al acoso o al rechazo social.
Cada capítulo de Piruetas se abre con una técnica de patinaje sobre hielo: salto de vals, pirueta scratch, flip, axel, etc. Cada una de ellas podría entenderse perfectamente como un hito, una marca señaladora de las etapas de crecimiento y maduración del ser humano; las marcas interiores que nos enseñan a aceptarnos y a intentar comprender el mundo que nos rodea. Esfuerzos individuales por asumir con normalidad que debemos aprender a vivir con nosotros mismos. Por eso, el cómic de Tillie Walden esta lleno de silencios y espacios vacíos; viñetas minimalistas en las que la protagonista baila sola y pelea contra el blanco de la página.
Piruetas no parece un trabajo de juventud. Quizás Tillie Walden tampoco sea tan joven como señala su acta de nacimiento. En todo caso, algo debe de estar cambiando en el mundo si una artista de  apenas veinte años decide que lo importante es ser fiel a uno mismo y lo grita a los cuatro vientos desde sus viñetas con la euforia de quien sabe que, aunque la existencia es jodida, hay que vivirla sin mentiras ni miedos. Muchas mujeres como Tillie Walden lo saben bien.

sábado, marzo 25, 2017

The End of Summer, de Tillie Walden. La mansión de los niños cautivos

Conocimos a la jovencísima Tillie Walden gracias a I Love this Part (2015), un cómic pequeño y emocionante; un ejercicio de lirismo a partir de bellas páginas-viñeta y una narración en primera persona que descubría la sensibilidad de una autora tremendamente dotada para un dibujo realista y ligero. 
The End of Summer (2015), la que por unos meses fue su primera obra publicada, es todavía un trabajo más ambicioso y con un recorrido narrativo más elaborado que I Love this Part (debido a ello quizás es también menos redonda y perfecta que ésta). Pero ambas comparten cierta mirada poética y un estilo gráfico deslumbrante.
Imaginemos una infancia eterna en el entorno resguardado de una familia protectora y adinerada. Imaginemos que se nos ofrece una existencia despreocupada en un suntuoso palacio de fantasía, como ideado por un Piranesi juguetón, lleno de rincones secretos, salones de juego, camas con dosel cubiertas de colchas de plumas, piscinas de agua tibia, toboganes, pasadizos de juego y lujosos salones para celebrar banquetes familiares. Como si por fin hubiéramos llegado a aquella mítica Slumberland sobre el lomo de un gato gigante y nos tocara interpretar el rol de un Pequeño Nemo agasajado por sirvientes y vasallos. Imaginemos, por último, que desde la cálida protección de nuestro palacio familiar, con sus alfombras persas, sus almohadones de plumas y edredones de patchwork, pudiéramos observar desde unos ventanales enormes, ociosos, el transcurso de un invierno detenido en el tiempo durante más de tres años.
¿No seríamos felices? ¿No es ésta la descripción perfecta del refugio protector de la vieja poesía?
Probablemente lo sería si la primera sentencia en primera persona del cómic no fuera “I am going to die before the winter ends”. En la primera viñeta aún no lo sabemos, pero la afirmación, severa y autoconsciente, pertenece al pequeño Lars, el protagonista de The End of Summer. Su familia, como muchas familias, encierra secretos asfixiantes y una colección de rituales extravagantes que dirigen la vida de sus miembros hacia una endogamia enfermiza. Así, por debajo de la aparentemente estólida felicidad, discurre una corriente subterránea de misterios larvados que crecen y corroen la plácida cotidianidad. Es quizás en esta búsqueda etérea del oscurantismo familiar donde reside una de las inconsistencias de The End of Summer. Sobre todo en sus páginas finales, el cómic peca de cierto cripticismo que funciona en un nivel poético, pero que espesa la línea argumental y su resolución. Quizá sea una decisión estilística de la autora en su búsqueda de cierto lirismo visual, pero, en este mismo sentido de facilitar el seguimiento de la trama, no ayuda tampoco el hecho de cierta indefinición física de los personajes, cuya similar fisonomía e identificación resulta confusa en ciertos momentos. 
Pero no nos engañemos, el dibujo de Tillie Walden apabulla desde la portada misma del cómic. Su recreación minuciosa de salones y habitaciones, techos, suelos y escaleras, cúpulas y columnatas convierte este cómic en un maravilloso ejercicio gráfico de arquitecturas atemporales, preciosistas detalles arquitectónicos y profusas decoraciones ornamentales. Lo más curioso de todo es que, en su minuciosa construcción gráfica de un universo basado en el detalle arquitectónico y la intrincada miniatura decorativa, pareciera que Tillie Walden (estamos por asegurarlo) ha disfrutado con cada línea proyectada y cada una de las filigranas que adornan puertas, colchas, bóbedas y doseles. Nadie se embarcaría en una tarea de miniaturista medieval como ésta si no estuviera realmente enamorado de la idea que la cobija y enciende.
Detrás de los palacios fastuosos y los oropeles de The End of Summer, se esconde, sin embargo, una idea simbólica mucho más humilde y profunda que su lujoso envoltorio: la que convierte a la infancia en el refugio de toda nuestra existencia posterior. La juventud de Tillie Walden (nacida en 1997) todavía la mantiene cerca de un tiempo que para muchos de nosotros es un recuerdo lejano, pero al cual todos nos aferramos e intentamos regresar en nuestros peores momentos. Son los años protegidos de la felicidad inconsciente, del ocio infinito y de la invulnerabilidad ante el mundo exterior; es el tiempo de la familia y el hogar, en los que nos guarecíamos cada vez que se acababa el luminoso verano y llegaban aquellos inviernos que parecían eternos.

jueves, diciembre 31, 2015

I Love this Part, de Tillie Walden. El amor en los tiempos del iPod

Nuestra historia termina y empieza así:
Tillie Walden is a cartoonist and illustrator born in 1996 from Austin, Tx. Her first book, The End of Summer, came out from Avery Hill Publishing in July 2015. Tillie loves cats, architecture, and going to bed at 8pm every night.
Si no supiéramos que Tillie Walden no tiene 20 años cumplidos, nos faltarían elementos de juicio para entender y acercarnos a I Love this Part. No porque su arte y narrativa presenten algún tipo de inmadurez adolescente, que no es el caso, sino porque su discurso es jovencísimo y a los que ya doblamos su edad nos enseña a entender el salto generacional que se ha producido en las últimas décadas. Y es que I Love this Part es un relato intimista, poético y honesto del amor en estos tiempos de comunicación multitecnológica a jornada completa. 


Como decimos, no parece que Walden acabe de empezar en esto. Su talento como dibujante y colorista demuestra una madurez sorprendente. Su estilo costumbrista y su dominio de la acuarela están cargados de profundidad lírica; y su imaginación como narradora depara, igualmente, momentos evocadores y elipsis reveladoras.
La niñez y adolescencia son periodos de formación, descubrimiento y, muchas veces, desconcierto. A través de los ojos del niño el mundo se ve enorme. Walden, sin embargo, opta por el enfoque opuesto: en I Love this Part las dos niñas protagonistas, como sucede también en la niñez, crean su propia realidad, ellas son las únicas protagonistas de su propia historia, de sus confidencias y secretos, de sus charlas intrascendentes sobre vídeojuegos y del modo en que estas conversaciones tejen poco a poco su futuro... El entorno, el paisaje y la ciudad son sólo escenarios de ese gran teatro que es hacerse mayor. Por eso, la opción gráfica de Walden de convertir a sus dos protagonistas en gigantes que recorren sus escenarios vitales como si no existiera nadie más en el mundo, está cargada de sentido y profundidad metafórica. Sólo cuando empiezan a crecer, cuando descubren los sinsabores de la vida y las relaciones, las niñas que están dejando de serlo se representan con una talla normal en un mundo normal.


Además de todo esto, I Love this Part es una belleza visual. La expresividad de sus personajes y la majestuosidad de sus arquitecturas y paisajes (coloreados en un bitono violeta, primero, y gris, después) dejan adivinar el talento y la inteligencia de una autora de la que vamos a hablar mucho y bien. Atentos, editores.